samedi 19 mars 2011

La petite Hirondelle...

Al igual que todos los tesoros que encontraría a lo largo de su vida, descubrió el nido de forma casual, impetuosa y exaltada, en una mañana de otoño de mortal aburrimiento, encerrada en casa, mientras burlaba al odioso tiempo jugando a hacer dibujos sobre el cristal empañado de su ventana, arrastrando la humedad formada por el vaho que salía de sus menudos labios, con los dedos.
Éste se encontraba vacío, bajo el alero de la fría cristalera de su habitación, en uno de esos estados de abandono que le confieren cierto encanto añejo a los objetos y a las personas.

Su primera reacción al vislumbrar el pequeño y valioso montoncito de hierba seca fue la de bajar apresuradamente las escaleras en busca de su madre para anunciar a bombo y platillo tan importante y memorable descubrimiento.
No todos los días descubría uno que estaba compartiendo habitación y vecindad con loros, cigüeñas, pelícanos, faisanes y mil especies exóticas más que a la muchacha se la pasaron por la cabeza según descendía hasta la sala en la que se encontraba el piano, sin pararse a pensar que el nido era demasiado pequeño para albergar ese tipo de aves que en su imaginación tenían una perfecta cabida.

La mujer, al ver aquel pequeño y fugaz huracán que era su hija, probó e hizo gala de toda clase de técnicas conocidas y comprobadas para intentar disuadirla de que la dejase al menos respirar, desde el efectivo chantaje con dulces al castigo, pues se encontraba demasiado ocupada componiendo alguna nueva melodía como para atender todos y cada uno de los juegos y caprichos de la muchacha; pero nada parecía tener en ese momento mas importancia que el supuesto hallazgo, que, al parecer, por la obstinación con la que lo anunciaba, era de una trascendencia comparable con la del mismísimo Colón cuando descubrió América o la del capitán Hook con sus islas.

Finalmente se incorporó con resignación de madre, apartándose de las teclas, al tiempo que era arrastrada por la manita de la niña escaleras arriba, hasta la habitación, siendo prácticamente obligada a echar una leve ojeada a través de la cristalera de la pared, suspirando al divisar por fin la nimiedad que tanto revuelo había causado.
-¿Y para esto ese escándalo? No es mas que un nido de golondrinas …
-¿Golondrinas?-La muchacha alzó la vista hasta su madre con ese brillo de interés que iluminaba sus ojos y sus gestos cuando algo atraía su curiosidad, volviéndola después hacia el nido-¿Y dónde están? Porque yo no las veo …
-Volverán en febrero o marzo, cuando pase el frío, cielo. Cuando llega el invierno suelen dejar abandonados los nidos. Pero supongo que pronto volverán y alguna nueva pareja lo ocupará.
La chiquilla no pronunció palabra, si no que se limitó a quedarse allí, con la nariz pegada al cristal de una forma exagerada, rumiando en sus inquietas, vivarachas y peculiares ideas.

El pequeño rectángulo de cristal que era la ventana, se convirtió a partir de ese día en el minúsculo e intimo refugio en el que la muchacha hacía vida
En cuanto regresaba del colegio se abalanzaba sobre ese preciado, silencioso y fiel rincón que daba al mundo exterior. Leía, dibujaba, escribía y jugaba con sus muñecas junto a ese reducido espacio desde dónde se veía todo el yermo jardín que circundaba la casa.
Su extraña obsesión y afán llegó hasta el punto de pedirle a su madre que arrastrase la cama junto a este reducto personal para así no perder detalle alguno incluso cuando dormía.

Su hermano, al verla allí, insólitamente adherida al cristal cada vez que pasaba por el pasillo, se limitaba a torcer el gesto en un signo de extrañeza, hasta que finalmente decidió expresar su curiosidad y acercarse a ella para preguntarla.
-Noi … ¿qué se supone que haces ahí pegada todo el día?
La chiquilla ni se giró para mirarle. Sostenía un libro infantil de vivas y coloridas ilustraciones entre sus manos, pero sus vivarachos ojos estaban exclusivamente clavados en el mundo exterior, concretamente bajo el alfeizar de la ventana.
-Espero a las golondrinas-Musitó, con total convicción y absoluta obviedad, sin despegar su respingona nariz del cristal.
El niño suspiró y se acomodó a su lado, haciéndose un hueco junto a su hermana y apoyando la espalda en una de las jambas interiores de la ventana, mirándola, a pesar de que ella no parecía tener tan siquiera conocimiento de causa de que él estuviese de cuerpo presente. Sabia que cuando a la muchacha se la metía algo en la cabeza, por muy delirante o absurdo que pudiese parecer la idea en cuestión, no había forma de sacársela.
-¿Por qué insistes tanto? No por estar ahí mirando van a llegar antes, ¿sabes?
-Pues porque las envidio-Soltó ella, sin dudar una décima de segundo en su respuesta, con su habitual convicción al hablar de temas tan aparentemente banales para los demás-Cuando hace frío no tienen mas que echar a volar y dirigirse hacía un lugar más cálido y en el que se sientan mas protegidas. Son capaces de evadir sus problemas con un batir de alas.
Al escuchar semejantes palabras, en cierta forma sabias, su hermano no pudo por menos mostrar una pequeña y fugaz sonrisa en los labios, pellizcándola después el brazo en un gesto cariñoso y fraternal.
-No siempre es bueno evadir los problemas. A veces hay que afrontarlos. Huir es de cobardes.-Su último vocablo fue casi pronunciado con desprecio, sin saber que, pocos años mas tarde, sería él mismo quien huiría en un pequeño gesto de cobardía o de simple impotencia ante una situación que se vería incapaz de resolver.




Y antes de que ninguno se diese cuenta, las golondrinas habían vuelto a ocupar el pequeño nido bajo el alfeizar, sin pena y sin gloria, a mediados de febrero, tal y como había vaticinado su madre.

No hubo saltos ni gritos de alegría por parte de la niña, ya que consideraba una obviedad como un templo el hecho de que su hermano había estado completa e inequívocamente desacertado. Las aves habían vuelto única y exclusivamente porque ella las había estado esperando …
a menos a su parecer.


-Ça alors …Pero si tenias razón. Finalmente han vuelto-Comentó su madre en voz alta, una mañana, cuando, al asomarse por la pequeña ventana mientras hacia la cama de la habitación de su hija escuchó el peculiar y agudo piar de la pareja de golondrinas que se habían instalado, con perspectivas hacía el futuro, en el viejo nido.
-¡Pues claro! ¡Yo ya lo sabía!-Exclamó la pequeña, mostrando en una sonrisa sus dientecillos mellados, entre los cuales aparecían los huecos de los últimos dientes de leche que se la estaban cayendo. Ante aquella expresión que solía ser lo único que la alegraba el día, su madre endulzó el rostro con una sonrisa.
-Viens ici, mon petite hirondelle-Musitó, atrayendo a la niña contra ella, besándola en la sien con infinita ternura, al tiempo que repasaba con sus largos y esbeltos dedos de pianista las curvas que dibujaban las largas y castañas trenzas de la pequeña.-¿Sabías que a pesar de su diminuto tamaño la golondrina es el pájaro que más distancia recorre?-Miró de reojo a la muchacha, apoyando una mejilla sobre su cabeza, obteniendo una leve y tímida negación-Y son excesivamente inquietas. Sus vuelos son inconfundibles. Tan pronto se alzan a gran altura como vuelan a ras de suelo. Realmente pasan la mayor parte del tiempo en el aire. Si me dejasen apostar, me jugaría lo que fuese a que por alguna extraña razón que se nos ha pasado desapercibida, has nacido medio golondrina-Dijo, dándola un pequeño y cariñoso toque en la nariz al tiempo que reía suavemente, esa risa aterciopelada que tanto le gustaba escuchar a su hija y que en muy pocas ocasiones tenia oportunidad de hacerlo.


De aquel día en adelante ella acostumbró a llamarla Hirondelle … y sonaba de forma perfecta en labios de su madre. Simplemente la encantaba.
La hacía sentir única.

Aunque los deseos y la conexión con ese preciado apodo iban más allá para la joven muchacha.

Ella no pretendía volar muy alto. Ni muy lejos.
No la importaba demasiado recorrer largas distancias con sus alas, ni mantenerse mas tiempo en aire que en tierra.
La daba lo mismo ser inquieta o pasiva.
La razón por la que adoraba ese exquisito y azucarado nombre era porque, en su fuero interno, albergaba la esperanza de que le pudiese proporcionar esa habilidad que tanto envidiaba y admiraba en las golondrinas.

                            Lo único que pretendía y ansiaba era huir del frío.





"Aún le queda una vaga memoria de que hace tiempo él era una criatura humana. Y esto le hace ser especialmente cariñoso con las golondrinas, porque éstas son las almas de aquellos niños pequeños que han fallecido antes de tiempo.
Construyen sus nidos en los aleros de las casas donde vivieron cuando eran humanas y, a veces, intentan entrar volando por la ventana del cuarto de los niños"
                                                                                                       James Barrie

Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire