Recuerdo esperar con impaciencia el primer domingo de cada mes.
Acudir al centro de la ciudad, en compañía de mamá y Keni, era un condimento secundario en comparación a la razón que en realidad nos llevaba hasta allí.
Unos pocos kilómetros se acababan convirtiendo en un viaje sin fronteras ni destino fijo que muy pocos podían comprender y ver, y cuya miríada yo lograba intuir.
Ya frente al viejo portón de la entrada, numerosas miradas de piedra afinadas al unísono se ponían de acuerdo para intimidar y advertir en coro de la nívea adivinanza en la que uno se adentraba.
Un paso hacía otro mundo.
Una profundización en el silencio tal y como fue concebido.
El olor de las barras de incienso quemándose en la penumbra colisionaba con exótica sugestión en nuestros rostros tras cruzar el umbral, anunciando una translación que se acentuaba al avanzar en el crepúsculo de los amplios corredores sostenidos por ciclópeas columnas acenefadas que de vez en cuando relampagueaban en adornadas lágrimas doradas y en cristalinas formas geométricas proyectadas por los haces de luz que se colaban furtivamente, en intrusos pedazos de arco iris, a través de las impresionantes vidrieras.
Los pasos sobre el suelo sagrado gozaban de una única compañía, la banda sonora de lo intrínsicamente humano: plegarías en forma de susurros provenientes de los fieles, entonadas como nanas de nodrizas, esperando a que sus pecados sean perdonados y su dolor calmado.
Pero era el aura inmaculada y los serenos rostros sedosos de las vírgenes en los altares lo que más me maravillaba.
Vestidas con sus mejores galas de detallismo barroco y armadas con una paz palpable, acallaban el dolor que ocultaban tras sus ojos de nácar, con una diminuta sonrisa o con unas lágrimas de coral.
Pocas veces había visto una belleza igual, muda y expectante, compleja y sencilla, como la que tenían esas nobles figuras.
Mamá solía decirnos que aquellas bellas y policromadas facciones de aura mística tendrían oídos para escuchar nuestras dudas, y voluntad para guiarnos por el camino correcto.
Entonces me parecía admirable el poder poner tu destino y tus decisiones en manos de algo que no todos pueden entender.
Yo también quería tener esa fe ciega a la que mi madre se aferraba tantas veces.
Quería creer en los cuentos.
Pero supongo que siempre hay algo, o alguien, que consigue abrirte los ojos.
-Jesusito de mi vida, que eres niño como yo, por eso te quiero tanto que te doy mi corazón, tómalo, tómalo, tuyo es, mío no.
-Por favor, Noira, déjalo ya.
-¿El qué?-Miró a su hermano, sin entender, con las desnudas y magulladas rodillas pegadas al suelo, metida en aquel camisón que la quedaba grande. Sus manos entrelazadas aún reposaban sobre la cama.
-Hablar sola.
-No hablo sola. Es una oración. Mamá dice que es como un conjuro contra las cosas malas. Si lo dices antes de dormir, ahuyentará las pesadillas.
-Patrañas. Y ya eres lo suficientemente mayorcita como para creértelas.
-¿Patrañas?-Frunció el ceño.-Mamá cree en ello, y cuando nos lo cuenta es porque lo hace con mucha fuerza. No deberías hablar así. Puedes creer o no, pero nunca menospreciarlo.
-Escucha, Noira. ¿Crees que de existir algo más allá, como un Dios, permitiría que hubiese dolor en el mundo? ¿Crees que se quedaría de brazos cruzados viendo cómo muere gente de hambre todos los días o cómo un niño se queda sin padres y éstos son reemplazados por un arma? ¿Crees que podría mirar el odio y la violencia, que mueve a los humanos, sin inmutarse; que hubiese guerras en las que nos matamos los unos a los otros para único beneficio de cuatro gobernantes corruptos? Piénsalo … Si existiera un Dios, ¿crees que dejaría enfermar a alguien como mamá? Espero que nunca tengas que rezar por nada, pero si algún día lo haces, que sea solo por una cosa: porque ese Dios no exista. Porque si existe tiene que ser un grandísimo hijo de puta.
"A veces me pregunto si Dios perdonará alguna vez el daño que nos hemos hecho los unos a otros; luego miro a mi alrededor y me doy cuenta de que Dios abandonó este lugar hace mucho tiempo."
Diamante de sangre
Increíble, de verdad.
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