Poco a poco el angosto y simétrico espacio fue colmado por una cantidad abrumadora de juguetes, muñecas y peluches traídos y creados a base de óleo por su raptora. El número de éstos aumentaba cada vez que Ella volvía de alguna de sus esporádicas ausencias.
Entraban a través de aquellos diques inquebrantables, balanceándose y moviéndose con vida propia entorno a la chica, a modo de pequeños hostigadores dispuestos a distraerla y jugar con ella.
Pero la joven lo que menos necesitaba en ese momento era perder mas tiempo en juego alguno.
Se encontraba demasiado agotada física y psicológicamente.
La espesa y granulada textura de aquellos muros de pintura y aguarrás aspiraban toda su energía e intensificaban su enfermedad, causándola unos ataques de tos cada vez mas fuertes, que arrancaban de lo mas profundo de sus pulmones, como si éstos quisiesen huir directamente por su boca.
Incluso su propia piel había palidecido y comenzado a agrietarse, de forma que ella misma parecía formar ya parte de un viejo lienzo cuarteado por la crudeza de los años.
Había resuelto que tenía que salir de allí. Fuese como fuese.
A pesar de conocer la furia que podría suscitar aquella determinante idea.
Pero, ¿cómo hacerlo?
Entonces recordó sus útiles bolsillos, y la especial tiza que allí dentro oscilaba, chocando con el resto de valiosos e inútiles objetos que llevaba encima.
Aquella era una buena ocasión para darle uso al excepcional regalo que su amiga la aviadora la había hecho por su cumpleaños.
Se acuclilló frente a uno de los altos muros que la tenían confinada y, sin pensárselo dos veces, trazó con rapidez cuatro sencillas y agitadas líneas blancas que formaron un irregular cuadrado.
Con eso tendría que bastar.
Suspiró y, posando la palma de la mano en el centro de aquel trazado poligonal, presionó lo suficiente, a pesar de sus escasas fuerzas, para que éste cediese, empujándolo como si se tratase de un ladrillo mas en la pared hasta hacerlo caer por la parte de atrás y dejar un boquete que daba al exterior y que para ella era mucho mas que una simple salida.
Sin tiempo que perder, atravesó el estrecho hueco con bastante desenvoltura y rapidez gracias a su pequeña constitución y a su ocasional agilidad.
Pero lo que contempló al otro lado no fue su tan anhelada libertad, si no unos ojos plateados que se clavaron en ella como navajas, iracundos y flamantes.
-¿A dónde crees que vas?
Aquellas palabras, a pesar de llevar un timbre calmado e incluso dulce, encerraban todo un bramido amenazante y venenoso en lo mas insoldable de su ser.
La muchacha tragó saliva, turbada, apretando la tiza en su mano, con el puño cerrado.
-… Yo … Escucha … No puedo quedarme aquí … El médico me dijo que tenía que tomar esas horribles pastillas … y aquí no …
Antes de que pudiese terminar la frase, la musa, con toda su aplastante presencia, la interrumpió, mientras todo su incandescente y sensual cuerpo desnudo daba un paso hacía ella, hasta estar tan cerca que la joven pudo vislumbrar como las negras pupilas de la musa se estremecían y menguaban …
-Te advertí de que no te movieses de aquí
Pero lo que no pareció amilanarse ni disminuir en ese momento fue la fe de la chica en si misma.
No supo con exactitud de dónde extrajo aquel arrojo que la embargó de repente.
Quizá fuese la impotencia, la desesperación que envalentona al ser humano o el ver cómo su cuerpo se atrofiaba bajo el influjo de la pintura.
O quizá se tratase de las ganas de deshacerse de aquella añoranza por los pequeños placeres, como el aire, una limonada, sentir los rayos del sol en la piel, o la compañía de aquellos a los que amaba hasta el punto de convertirse en una familia para ella.
El caso es que no pudo contener sus palabras, las cuales emergieron antes incluso de ser consciente de ellas.
-¡Eynere! ¡Ya basta! ¡No puedes retenerme aquí para siempre! ¡Y lo sabes! No soy uno de esos juguetes creados por ti ni una pincelada más en tu cuadro. ¿No eres capaz de ver que me ahogo? ¿No ves que no puedo respirar en cuatro paredes? ¿No lo entiendes? … No, no entiendes nada. Nunca comprenderás que por mucho que lo pretendas … no te pertenezco.
Cuando el eco de la voz de la chica, que había sonando con mas fuerza que nunca, dejó de recorrer el amplio corredor y se extinguió en la blancura, con él se perdió también la ultima porción de las pupilas de aquella exótica efigie que se mantenía alzada y erguida, en todo su apogeo, con esas dos monedas de plata pura estancadas en la niña, escondiendo tras ellas la violencia de un huracán, el odio, el orgullo y un brillo de algo parecido al miedo.
Simplemente perdió el control.
Su mano se desató con una fuerza sobrenatural sobre el rostro de la muchacha, quien no pudo ni sostenerse en pie, cayendo al suelo para después llevarse una mano a la mejilla, paralizada, como si aquel golpe, además de partirla el labio y dejarla en una especie de mareado sopor, la hubiese extraído aquella inusual valentía de la que había hecho gala, quitándosela con la misma rapidez con la que había llegado.
-No lo volveré a repetir. Jamás saldrás de aquí. Y mas te vale que esta sea la ultima vez que me desobedeces, Noira.
Sin añadir nada más y dando por finalizada aquella conversación, extendió la mano hacía la chiquilla, y no precisamente para ayudarla.
Ella, entendiendo al momento la finalidad de su gesto, aun con los ojos desorbitadamente abiertos, pálida y conmocionada, puso sobre la mano de la mujer su valiosa tiza, sin permitir que una sola lágrima asomase a sus ojos.
Curiosamente se estaba ahogando, encharcada, al mismo tiempo que se había secado por completo en mitad de una promesa que se había realizado a si misma.
Y volvió a ser aquella niña perpetua.
Pequeña, insignificante y asustada.
Incapaz de moverse.
Totalmente sometida y doblegada.
Había perdido toda esperanza de libertad.
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