Capa a capa, como una serpiente que muda de piel, hasta quedar completamente desnuda.
Sin trampa ni cartón.
Solo ella.
Tal cual.
Quería ver con sus propios ojos ese cambio que sorprendía a cuantos la miraban y del que aún era inconsciente.
O quizá solo pretendía encontrar los rescoldos de un fuego que en su interior se había apagado.
Decidida y con el valor suficiente para enfrentarse a algo tan sencillo y sofocante como era su propio reflejo, se encaró finalmente con aquella superficie opaca y lisa que la devolvía una imagen empírica y ácida de una chiquilla delgaducha, demasiado para su gusto, cuyo insignificante y aniñado cuerpo no fue precisamente lo que la sobresaltó.
Su mirada trepó por su propia figura, escrutándose a si misma, haciendo escalada sobre sus pequeños pechos, parándose un momento en aquella ancha y nívea cicatriz que envolvía y afeaba su hombro derecho, continuando luego en ascensión hacía su ovalada barbilla, examinando cada peca, cada curva de su chata nariz, cada pestaña, para finalmente pararse en los ojos.
Hacía demasiado tiempo que no se miraba en un espejo.
Al menos no de esa forma tan directa, duradera e inquisidora. Tanto que se podría decir que se había olvidado de su propio aspecto.
Pero tampoco hacía falta recurrir a su memoria para percatarse de aquel notable cambio.
La vista se iba sistemáticamente a ese destello plateado. A pesar de seguir conservando aquel tono castaño en el iris de sus ojos, ahora éstos lucían una pequeña mácula, un resquicio, una mínima zona de color de luna bajo las pupilas, pigmento que identificó al momento con aquella mirada que tan custodiada la había tenido.
Y la transformación no solo se limitaba a ese detalle.
Su corta y lisa melena, antes caoba, se había oscurecido cual ala de cuervo hasta adquirir un tinte casi negro como si una pequeña y efímera fracción de la musa se hubiese quedado en su modesto cuerpo al desaparecer, llevándose consigo una parte perdida de ella misma que parecía haberse quedado en algún recóndito lugar, entre pintura, gritos, dolor y sangre, dejándola como único pago de absolución la Verdad.
Una verdad que se truncaba en revelación.
… Y también en obsesión, haciendo que no dejase de rebuscar en sus más viscerales recuerdos para intentar montar un puzzle cuyas piezas eran invisibles pero intensas, al igual que aquel extraño lazo que la mantenía atada a Ella.
Y aunque había dejado de sentirla, sabía que la musa cumpliría su palabra.
No rompería la promesa.
Sabía que volvería.
Mas tarde o mas temprano … y de una forma u otra.
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