Las pinceladas cargadas de fuertes colores oscuros y sombríos se agolpaban en trazos limpios y secos, convirtiéndose en un conjunto de contornos que parecían adquirir vida propia, transformándose en un torbellino de ideas, seres y sueños plasmados sobre la tela imprimada de algodón.
Lo odiaba. Siempre terminaba pintando lo que ELLA quería.
Aquellos tonos, aquellas formas siniestras, deformes y aberrantes, le causaban verdadero pavor.
Cada vez le recordaban más a las obras que creaba su padre.
Pero, ¿qué mas podía hacer?
Y es que la perspectiva de desobedecerla le aterraba aun mas que las espantosas figuras que ya comenzaban a desplazarse por el cuadro, aferrándose a la pintura con movimientos arácnidos, como si fuesen liendres.
Temía el odio demente y la fuerza sobrehumana de aquella mujer.
Pero por encima de todo, lo que mas miedo le daba, eran sus palabras.
“Los humanos son tan frágiles … Es tan fácil destruirlos. Sus huesos no son mas que cristal entre mis manos.”
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