samedi 2 juin 2012

Livres

Le dolía tanto la realidad que tenía que refugiarse a menudo en la ficción.
Y no hay mayor ficción que las letras impresas sobre el papel.
No hay mayor ficción que los libros.

Esos pequeños gorriones llenos de vida que te enseñan a volar a cambio de que les dejes dormir bajo tu almohada para que te susurren sus historias mientras duermes.
Aquellos cuyos lomos acaricias con ternura para palpar sus latidos, cuyo volumen abrazas ante el frío buscando ese calor comparable al de cualquier ser humano.
Los que enseñan, los que muestran, los que guían, los que instruyen, los que obsesionan.
Los que nos arrojan a culturas imperecederas que algunos sólo somos capaces de besar a través de las palabras.
Los que nos muestran la verdadera belleza oculta de las cosas.
Porque cada libro multiplica el mundo, y cada personaje que aparece en él respira entre sus páginas acompañando nuestro pecho según leemos.
Porque saben bien cómo enamorarte.
Y a ella eso no se le olvidaba.
Al igual que no era capaz de olvidar los trazos pasados de Reverte, los nudos de Cortázar, el erotismo silencioso de Nabokov, el surrealismo atrayente de Pizarnik, el romanticismo exótico de Bécquer, la inocencia candente de Exupéry o Barrie, el dramatismo de Lorca, los lazos psicológicos de Hesse, la sencilla evaporación de F.Cooper o la realidad ácida de Murakami.

Consumía frases como método terapéutico contra la rutina y como ansiolítico contra la soledad y los días de lluvia.
Y los de sol también.
Si entraba en una biblioteca era incapaz de salir hasta que hubiese recorrido todos los habitantes con las yemas de los dedos, captando sus recuerdos y vivencias.


La verdad es que ya no era capaz de concebir su vida sin las palabras.




"Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le susurró al oído:
- ¿Por qué lloras, si todo
en ese libro es de mentira?
Y él respondió:
  - Lo sé; pero lo que yo siento es de verdad."  
                                                                      
                                                                    Ángel Gonzalez





lundi 7 mai 2012

D´aube

Que raras son las madrugadas.
Triplican los sentidos, enmudecen cuerdas vocales, frustran rumbos y dan a luz espectros de placentas ebrias.
Noche y día se entregan el uno al otro a un mismo tiempo. Se buscan los relieves y las pulsaciones abruptas que se entonan al compás de las de la ciudad.
Uno, dos, tres …
Intermitentes. Inmortales.
Las escucho y remarco con esmero, a modo de dactilógrafa profesional.
En el silencio únicamente narran los ruidos, y sería capaz de escribir la historia de esta ciudad solo con el dictado de sus golpes.
Con el aullido de los lobos, con los gemidos en celo, con el plic de la sangre que gotea, con las melodías industriales, con el llanto de los corderos y el regocijo de los perros.
Me finjo maestra de lo que el entramado sudor nocturno me ofrece, y dueña de lo que la percepción capta desde mi celda, que es esta habitación.
Germino con los dedos, repito ecos, encuadro epopeyas.
Compongo el telar a punto de ganchillo, engarzo vidas ajenas en el horror vacui dramáticamente infiltrado en un papel en blanco.
Y cuando todo acaba, el silencio se jacta. Como si hubiese ganado hasta que vuelva a caer la noche.


mardi 17 avril 2012

Chaux et sable

Una de cal y otra de arena.

Ella siempre fue cal.
Blanca, nívea, pura, pulida, angulosa espina.
Engendrante de un hálito que la impedía respirar. Hálito que desinfectaba helechos, transgresiones, icebergs…pero que no calmaba la oculta septicemia latente en su  pecho.
Tenía sueños que se vaciaban con los días, exoesqueletos secos con sabor a abandono y a ganglios inactivos.
También su herida tornó alba, cesó de sangrar, y pasó a supurar.
Quemaba palabras, quemaba gestos y sentimientos.
Observaba desde su pétreo nicho, creando a retazos una muralla inconexa desde la que veía sin ser vista.
Quería preservar, conservar, sostener lo que iba acabando con su energía, lo que robaba su cordura. Y cuando volvía la lucidez se preguntaba, rezaba: ¿a dónde va todo este amor cuando nadie lo ve, cuando solo se reciben arcadas de silencio a cambio de la sincronía de miradas, cuando solo queda lluvia tañendo en la lápida?

Él se sabía arena.
Nimio, conciso, fugaz, partículas de apetencia que huían entre los dedos de cuantos intentaban sostenerlo.
Engendrante de un desierto que brillaba ante cierta luz nocturna, desierto que al acercarse los ojos se disgregaba en simples dunas formadas por granos sin validez ni complejidad alguna.
Zarandeado por el viento y los impulsos, feldespato atroz, transformaba su piel en un frío reloj de cristal cuyo tiempo iba dirigido a una sola musa, a una sola alma.
Heliogábalo de hambre por lo prohibido, por lo infranqueable.
Quemaba palabras, quemaba gestos y sentimientos.
Soñaba con lo que nadie veía, y no podía ver  lo que tenía, mamando de cuanto aquella oportunidad le dio, cambiando el pelaje a conveniencia, aislando resquicios hacía todo lo demás mientras se preguntaba:¿Qué mal hay en verter la vida, en acabar con ella por lo único que te llena de verdad?


Se cruzaron, se miraron, y aunque sin fraguar, quizá hubo un tiempo en que se llegaron a amar...


mercredi 21 mars 2012

Mots silencieux

Él acaba de terminar el cuento. Ese cuento. Y a ella, una vez más, le ha parecido el más bonito de todos los que ha escuchado hasta entonces. Solo hasta entonces, porque no tiene más que esperar al próximo que le cuente para cambiar de opinión.
En ese silencio establecido entre sueño y sueño, ella quiere decirle tantas cosas … que no sabe cómo.
Quiere decirle, en voz bajita, que le encanta la forma en la que se suele pasar la mano por la mejilla cuando ella le prende ahí un beso.
Quiere decirle que le parece conmovedora la forma que tiene de mirar la vida aún con todo lo que ha visto; y admirable la forma en la que defiende todo lo que aún ama.
Quiere preguntarle si cada vez que ve una golondrina se acuerda de ella.
Si las sonrisas que ella le regala le curan, aunque sea un poquito, cuando a él le duele el pasado.
Si seguirá tratándola como una niña cuando sea vieja.
Si seguirá recordándola cuando ya no esté.

Quiere darle las gracias, aún más bajito, por estar siempre con ella, por hacer brotar esas partes del mundo que valen la pena recordar y ayudarla a ocultar las que se deberían olvidar.
Por ese vestido blanco que la hace parecer reina, aunque a ella le basta sentirse un poco princesa de él.
Por espantar pesadillas con su voz y a la soledad con su presencia.
Porque a pesar de casi haber perdido la vista, siempre logra ayudarla a abrir los ojos.
Por crear juegos y bellas mentiras solo para ella.
Por ser el único capaz de morderle las preocupaciones.
Por transmitirle una pureza que su naturaleza se empeña en negar.
Por no haber lugar en el que sentirse más segura y pequeña que entre sus brazos de mármol.

Quiere decirle todo eso y más. Pero no es sencillo, y no logra entender qué es lo que le impide hacerlo, qué candado tiene cerrados sus labios.
Pero sabe que es mejor así.
A veces no hace falta decir nada. A veces las palabras no se escuchan, ni se leen, ni se palpan.
A veces solamente se intuyen o se sienten. Pasan como siluetas de peces silenciosos de colores bajo una superficie cristalina y calmada. Difíciles de atrapar con las manos, pero fáciles de cazar con el corazón, o con ese sexto sentido que nos hace más personas que humanos.
Es por eso que se calla. Es por eso que le mira. Y es por eso que simplemente sonríe.

De la única forma en la que se puede sonreír a un padre.




Señales de humo con:

mercredi 29 février 2012

Parle le poupée / Premier miaulement /

Su mirada de cristal se clavaba sobre ella, y la de ella se clavaba en el cristal.
Miraba el mundo a través de la ventana de la habitación, sumida en su mutismo.
Y entonces una voz.

-Si miras tanto la realidad, te cegarás. Y si lo que haces es mirar tu propio reflejo, pecarás de vanidad.

Se giró. Era la muñeca de porcelana la que hablaba. La que la observaba con sus dos globos terráqueos, su carita de porcelana enmarcada en rizos oscuros y las mejillas cerezadas.
No se sorprendió por ello. Son cosas que le pueden pasar a cualquiera un sábado por la tarde entre las 18:00 y las 19:15.

-Y si te ciegas tendré que regalarte unos bellos ojos de cristal.
(…)
-¿Es eso lo que te pasó a ti?
-No, a mi me mordió la luna. ¿En que piensas? ¿Estás pensando en la muerte, niña bonita?
-No me gusta pensar en cosas feas.
-La sombra del ciervo que hierve en el caldero está graznando. Te reclama, ¿no la escuchas?
-¿Qué ciervo?
-El de la azotea del planeta que comparten todos los soles. Pero su sombra se muere. Y tú con ella.
-Para. Esta conversación no tiene sentido. Y empiezas a darme miedo.
-El miedo no existe, y nada tiene sentido. ¿O le encuentras tú alguno a las cosas? Hay vampiros en las ventanas y gatos en las lápidas. Existen los circuitos, los carámbanos de hielo, los números, el tiempo, las pulgas, la inteligencia y el sarampión. Dime tú si eso tiene sentido. ¿Y las jirafas? ¿Es que nadie piensa nunca en las jirafas?
(….)

Ella calló. Pensó. Y la muñeca continuó.
CLAC, CLAC, CLAC, era el sonido de su pequeña mandíbula china al componer las palabras.
Como huesos cayendo por una ladera.

-Aún no me has dicho en qué estabas pensando. Era en la muerte, ¿verdad? Si quieres te dejo una soga. O un alfiler.
-Nada de sogas. Ni de alfileres. (…) Pensaba precisamente en jirafas.


"Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer."
Le petit prince.

samedi 18 février 2012

L'histoire sans finir

¿Recuerdas el principio de la historia?
Yo si.
La inteligente y oportuna esquela que dejaba una fila de afanosas hormigas me llevó hasta ti.
Tú me regalaste una rosa negra, y yo te dije que mi flor favorita era algo tan sencillo e inequívoco como los narcisos.

Fue un buen inicio sin prólogo para este cuento sin final al que ya solo le quedan reminiscencias extraviadas, disfrazadas de hijos bastardos.

Hemos abandonado tantos capítulos, carentes de origen, que sospecho que el escritor se ha parado a tomar un café y no tiene la más mínima intención de volver.
Tantos capítulos que podrían haber sido y no fueron....
Desde aquellas primeras páginas, colmadas de impoluta inocencia, pues aún ninguna pluma bañada en tinta había escrito sobre ellas el verbo HERIR; pasando por aquel beso en el que no había otro desenlace que no fueran tus labios.
Llegando al borde de el edificio en el que los nudos de mi piel se desataron bajo tus manos.
Hasta ese cajón del olvido en que mis manos desataron los de tu mente.

Y se me encoge y me falta algo cada vez que releo las frases, a pesar del ya anunciado índice de palabras clave que delataban en mayúsculas los verbigerantes golpes que algo de tal calibre conlleva.

Que triste se me hace ahora pensar en tus lágrimas invertidas y en las mías derramadas.
En los regalos gastados y en las sílabas pronunciadas.
En tus seguridades, mis dudas.
En tu pasión, mis sábanas.
Tus celos, mi obsesión.
Tus viajes, mis juegos.
Tu música, mi pintura.
Tu dolor, mi dolor.
En todo lo que perdimos o más bien dejamos perder.

Después de todos los minutos escarbados con uñas y dientes como si cada uno de ellos fuera el último, después de tu insistencia y enervante voluntad a la que finalmente me dejé domesticar como tregua a mis propios temores …
Después de todo eso y ahora que tenías lo que querías, te rebelas, abandonas la insinuación y te limitas a hacer mutis por el escenario.
Sin una última frase, sin un ingenioso “continuará”.

Tan solo te has atrevido a dejarme unos solitarios y funestos puntos suspensivos.

Y yo que me canso …
Y yo que olvido..
Y yo que … ¿Te he dicho ya que me canso?

No puedo con esta lírica, sin voz que la reanime.
No puedo con este anillo de Möbius.
Con esta orfandad de sentimientos inconclusos.
Con esta trama inacabada  que ha sustituido el epílogo por un epitafio.



Me he rendido de tal forma ante esta novela, que ahora solo puedo prometerte un "perdóname" y un nuevo comienzo.
 …
Pero lo que no puedo prometer es un final feliz.


"Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma."
Jorge Luis Borges

mercredi 1 février 2012

Noir

Noira.
Me gusta como suena.
Conciso, dulce, fonéticamente limpio, sin rusticidades ni acentos, con el número adecuado de fonemas y la lineal magnitud de apropiadas sílabas.
Me gusta mi nombre.

Fue mi madre quien me lo asignó y, al igual que cuando te regalan unas botas lo suficientemente bonitas y cómodas como para ponértelas cada vez que sales a la calle, con él me quedé.

Proviene de “noir”, como decía ella cada vez que alguien preguntaba por la peculiaridad del mismo, que significa negro en francés, mi lengua paterna. Y, como solía añadir después, el negro es la suma resultante de todos los colores.

Toda persona posee un color, y cada una de ellas es un ir y venir en devaneos cromáticos de colores afluyentes que cruzan y chocan entre si para la creación de otros mil tonos distintos, transformando la vida diaria en una enorme paleta de psicodélicas mezclas.

El índigo y el borgoña se atraviesan casualmente para dar paso al cárdeno y púrpura, capaces de tornarse en amatista al añadirle una pizca de ámbar u ocre, el cual, a su vez, puede ser sorprendido en su caminar por un amaranto, un verde esmeralda o un burdeos.

Pero todos ellos, ambulantes vagabundos ciegos, al juntarse llegan a NEGRO.

¿Un color triste, apagado, cautivo?
Puede que para otros, pero no para mi madre.

            Para ella era un todo.
            La ausencia de gamas que representa la unidad. 
            La noche, enigmática y pura en su oscuridad.
            La muerte y el dolor, pero también la vida y la magia. 
            La lluvia y el racismo ilógico que debemos enmendar. 
            El ébano y el ónice. 
            La tinta y el carbón. 

Pero por encima de lo demás, es un arco iris oculto.



Gracias a su regalo tengo todos los colores en mi.